miércoles, 4 de agosto de 2010

EN EL BAR


Mario siguió conduciendo hasta doblar la esquina, aspiró fuertemente mientras con la mano derecha sintonizaba una canción desde el reproductor del stereo. Eran las 12:40 de la madrugada y la oscuridad se apoderaba de esa callejuela solitaria, donde parecía que nadie quisiera entrar. De las bocinas surgió una voz grave cantando una letra conocida “This is the end… beautiful friend… this is the end, my only friend, the end…” en su mirada una profunda tristeza pareció reflejarse repentinamente, misma que buscó mitigar con un un largo sorbo a la botella de cerveza que llevaba en el asiento del pasajero mientras el semáforo hacía lo suyo y le daba el permiso de continuar su camino hacia ningún lado. Ni un alma en la calle, era el momento oportuno para eliminar el stress, Mario pisó el acelerador a fondo y echó a andar el auto en el mismo segundo en que la luz verde partió la profunda oscuridad. “Weird scenes inside the gold mine, ride the highway west, baby”.

Algo lo hizo dirigirse a aquel sitio, al lugar donde comenzó todo. Tenía una necesidad interior de entrar nuevamente, de sentir ese aire sofocante, de rescatar a aquella mujer de entre el recuerdo.
Lo siguiente pasó en fracciones de segundo, cuando Mario se dio cuenta de la presencia de aquella pesada grúa justo frente a su vehículo, ya era demasiado tarde. Trató de frenar, pero el diminuto espacio entre ambos vehículos lo hizo imposible. Cerró los ojos y asió con fuerza el volante de su auto. El ruido del impacto perforó sus oídos, y aún alcanzó a ver el parabrisas haciéndose añicos. Luego nada, solo silencio, levantó la cabeza del volante todavía aturdido, y cayó en cuenta de que la puerta justo a su lado izquierdo se había partido por la fuerza del choque. Como pudo se puso en pie, probablemente tendría alguna lesión, pero no sentía absolutamente ninguna molestia. Tenía que irse, antes de que llegara la policía o los conductores del vehículo pesado le impidieran hacerlo. Asustado, corrió un par de cuadras, era una afortunada casualidad que aquello hubiera pasado tan cerca del bar a donde durante un tiempo era un cliente asiduo, si lograba llegar ahí, seguramente alguno de sus conocidos podría ayudarle a inventar algo para salir del lio.
Sintió un gran alivio cuando entro al local aquel, donde todo el mundo parecía tan ocupado en vivir su propia vida que parecían no darse cuenta de lo que pasaba alrededor. Se sentó en una de las altas mesas, y con una seña llamó al mesero.

- Toño, tráeme una cerveza…

- ¿michelada? – contestó aquel joven y delgado tipo, que parecía sorprendido por la familiaridad con la que el cliente le hablaba.

- N..No, gracias

Minutos después, su corazón parecía haber retomado el ritmo normal, por lo menos, el temblor de su cuerpo se había detenido. Tomó la cerveza de encima de la mesa y decidió ir mas hacia el interior, ahí donde la rockola no cesaba de tocar. Caminó entre el par de mesas de billar que estaban en el interior cuando sintió que la emoción lo invadía. Sentada en una de las sillas cercanas, estaba ella, con el cabello profundamente negro cayéndole en el rostro, y los ojos tristes, como siempre, platicando con Tamara, la chica que era su mejor amiga, caminó hacia la izquierda hasta quedar justo frente a ella, a quien parecía no importarle que estuviera presente. Era natural, después de haber terminado tan mal, lo que menos podría esperar era una amigable sonrisa. Sin embargo, no dejaba de extrañarle la actitud de Azura, en las otras ocasiones que habían coincidido casualmente en algún sitio después del rompimiento, ella siempre se apresuraba a irse, sin darle la menor oportunidad siquiera de acercarse. Pero hoy, parecía que su presencia no le importaba. El brusco cambio de la chica lo llevó a jugar el “as bajo la manga”, tal vez ella rompiera la coraza de hielo si un recuerdo pudiera venir a su mente. Mario volvió a llamar al mesero, discretamente le pidió llevar un par de bebidas a aquellas damas. El chico tomó nota,

- ¿Quién les digo que las manda?

Mario sonrió por la ocurrencia “obviamente yo” contestó. Unos minutos después, los ojos de Azura se posaron en él, mientras agradecía al mesero. Mario la vio ponerse de pie lentamente y dirigirse a donde se encontraba sentado. Esa era la oportunidad que esperaba, la que necesitaba. Cuando la tuvo enfrente, vio como el desprecio cruzaba por los ojos de Azura.

- Es usted muy amable… pero no debió de molestarse, si no trajera para comprar lo que me tomo, no estuviera aquí.
 
Mientras terminaba la frase, Azura derramó el líquido de la bebida en la entrepierna de Mario, provocando la risa de aquellos que estaban alrededor. Todos la conocían tan bien, que cuando la vieron ponerse en pie y dirigirse al visitante, interrumpieron sus conversaciones para ser testigos de aquello a punto de pasar. Azura tenía fama de “calzonuda”, jamás aceptaba una invitación de un desconocido, y sólo hablaba con quien mejor le parecía. De entre las risas, Mario reconoció la de José Luis, quien se acercaba a él sin poder disimular la gracia que le hacía todo aquello, aquello era un incomodo encuentro, el no deseaba ver a su viejo amigo, temía un enfrentamiento cuando aquello ocurriera, y sin embargo, José Luis se acercaba a él con una sonrisa en los labios.

- Por andar de “Don Juan” te enfriaron las… emociones. ¿Cómo se te ocurrió?

- Deja de burlarte ¿sí?, que he hecho un ridículo espantoso.

- Azura nunca va a cambiar… ni ella ni sus amiguitas, son igual de “simpáticas” las tres. Bueno, a Azura ya la conoces, ¡eso me queda clarísimo!, la de la derecha, Tamara, tiene más tatuajes que Tyson, pero aquí entre nos, se le ven muchísimo mejor, y la que está sentada al lado, Aranza, es una niña bien que le encanta portarse mal, su papá es un político, y ella se la pasa dando de qué hablar.

Mario quedó un poco confundido ¿por qué José Luis le decía aquello? Vaya, el conocía demasiado bien a aquel trío, de algunos años atrás. José Luis era quien le había presentado a Azura, y el mismo había sido testigo de aquellos años de tormentosa relación entre ambos.
Ven, Mario, te voy a enseñar como aborda uno a estos especímenes femeninos.
José Luis adelantó un par de pasos, se acercó a la mesa de las chicas quienes lo saludaron amablemente.

- Azura, quiero pedirte una disculpa por el torpe de mi amigo. Le pedí que les trajera unas bebidas, para presentárselos, pero quiso jugar al conquistador de pueblo.

Las tres chicas rompieron en risas, Azura cambió su expresión por una mueca divertida.

- Ay, José Luis… pues… si esperas que me disculpe con tu amiguito, no pienso hacerlo ¡Bien merecido se lo tiene!

- Claro que se lo merece. Pero compréndelo, mujer, el viene de un universo paralelo donde cualquier chava se derrite porque le manden una cerveza michelada.

Aquella conversación le resultó a Mario perturbadoramente familiar. Unos instantes después, mientras Aranza jugaba pool, Tamara y José Luis hicieron la graciosa huida para dejar al infortunado Mario a solas con Azura, quien callaba escuchando las ocurrencias de sus acompañantes. Mario fue el primero en romper ese incomodo silencio.

- Hacía mucho que quería hablar contigo…

- ¿Hablar? Pues hazlo…

- No entiendo Azura. No sé qué está pasando por tu cabeza, pero preferiría que me lo dijeras, que me echaras en cara todo lo que tienes que decirme.

- Ok, creo que alguien en esta mesa ha bebido demasiado.

- Sí, estoy borracho… pero…

- Mira, Mario, no sé que pienses, y en realidad no me interesa escucharlo. Eres un buen amigo de José Luis por lo que veo, y eso me obliga a tratarte civilizadamente. Pero no malinterpretes las cosas. No vengo aquí en busca de galán, ni a esperar a que alguien se acerque para tomar a costa ajena. Quiero pasar un buen rato, divertirme… y nada más.

Azura caminó hacia la rockola, del bolsillo trasero de su pantalón, extrajo un par de monedas, y se propuso seleccionar el tema que quería oír. Mario la estudió detenidamente. Los años no le habían hecho ningún estrago, ni exteriormente ni en esa manera de ser que lo volvía loco. Pero existían algunas cosas que finiquitar entre los dos, aunque al parecer, para Azura no significaban ya nada. Ella volvió a su asiento, mientras tarareaba un canción, la misma que minutos antes el hubiera estado escuchando en su auto. El estaba desesperado, tenía una fuerte necesidad de romper la barrera que siempre se interpuso entre ambos.

- Azura, tienes toda la razón en tratarme como si fuera un extraño. Nunca pude ser el hombre que tú querías, que necesitabas a tu lado. Actué como el peor de los cobardes, cuando huí sabiendo que te dejaba a tu suerte esperando un hijo mío. La gente rumoraba mil cosas y yo no pude con eso. Luego supe por otras personas que habías rehecho tu vida, incluso hubo quien me dijo que tu y José Luis… y que eras muy feliz. Todos los días me atormentaba la idea de que estuvieras en brazos de otro, de el… inocentemente pensé que jamás lo harías, y fui un estúpido, porque una mujer como tú no se deja ir. Luego simplemente me fui buscando olvidarte. Pero fue inútil todos mis años de ausencia, fueron años de preguntarme qué había sido de ustedes Azura, quería saber si estaban vivos, si eran felices, inventando el rostro de mi hijo… hasta el día de hoy en que te encuentro aquí, sola, tal y como te recuerdo el día que nos conocimos, con la misma maldita sonrisa irónica, tu pelo… la misma… ropa… y esa maldita canción repitiéndose sin… parar… Azura… ¿eres real?

- Por supuesto… mira Mario, desconozco qué te metiste, pero seguramente es algo muy fuerte. A ti, es la primera vez que te veo, ni hablar de que no es mi costumbre acostarme con perdedores. No sé de qué hijo estés hablando, pero jamás he tenido uno y por supuesto menos tuyo. No sé si en tu pueblo, así se logre conquistar a una mujer, inventando historias histéricas de abandono e hijos no reconocidos, pero aquí las cosas son distintas. Aunque debo reconocer que habían tratado de acercárseme con mil pretextos idiotas, pero el tuyo es de los mejores que he escuchado.

Mario guardó un largo silencio, mientras Azura bebía de su vaso y con el pulgar intentaba borrar la mancha de bilé color cereza del borde. A unos pasos un sonriente José Luis no lo perdía de vista, mientras que Aranza como era su costumbre, derrotaba uno tras otro a los improvisados jugadores de billar.

- Dime qué día es hoy…

- Eso es estúpido… todo lo que dices es una locura…

- ¡Dime qué día es hoy, carajo!

- 11 de agosto de 2001

Un gemido ahogado salió de la garganta de Mario, esa era la fecha en que había conocido a Azura Montiel, todo lo que había sucedido no era sino una ridícula repetición con el guión alterado de lo que pasó aquella noche. Miro el rostro de Azura sonriendo enfrente de él mientras se diluía al igual que todo alrededor, todo se borraba, menos la cara y la voz de José Luis, que ahora saltaba de entre un nuevo escenario. Estaba de nuevo en la callejuela oscura donde había tenido el accidente. José Luis vestía un uniforme blanco y desesperadamente ayudaba en las labores de rescate. Un agudo dolor invadió su cabeza y su espalda, trabajosamente se llevó la mano a las sienes y la sintió cálida y humedecida, era sangre aquello que tenía ahora en la palma de la mano. A su derecha, otro hombre vestido de blanco luchaba para sacarlo de entre los fierros retorcidos del vehículo.

- ¡Parece que está vivo, sáquenlo con cuidado!

- No… Azura… no… no…

- ¡Calma, joven! Por favor, debe de calmarse… ¿sabe como llama?

- ¿Do…nde está… Azu-ra?

- ¡Cálmese joven, usted venia solo! No hay nadie más en el auto…

- Azuraaaaaa….

Los paramédicos se miraron uno a otro. Subieron la camilla a la ambulancia, y partieron. Uno de ellos miraba nerviosamente hacia la ventana.

- ¿Te puedes calmar un poco, José Luis? ¿Conoces a éste? nunca te había visto tan nervioso en un servicio.

- Si… si lo conozco… discúlpame, me traicionaron los nervios.

- No, pos está canijo… pero en este trabajo, luego nos tocan servicios a los que no quisiéramos acudir. ¿Es tu amigo?

- Lo fue… hace unos años, antes de que se fuera al otro lado. Es la primera vez que lo veo desde hace muchísimo tiempo.

- Y esa tal Azura, la que nombra, ¿también la conociste?

- Si… ellos también fueron... eran… muy buenos amigos. Azura es mi esposa.

- Uta… pues si sabes dónde encontrar a su gente, llámales, este fulano no pasa la noche, trae el cráneo hecho pomada, es un milagro que todavía esté consciente.

El sonido de la ambulancia se alejó del coche destrozado, rompiendo con su triste ulular la tranquilidad de aquella madrugada.

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